vol.4 nº 2// primavera 2006

Imágenes de la Frontera__________________________________________________________________

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TEHUELCHES EN LA FERIA DE SAINT LOUIS
(LOUISIANA, 1904)
Norma Sosa
 
En 1851 los reyes Victoria y Alberto inauguraron en Londres la primera Gran Exhibición del Trabajo y la Industria de todas las Naciones. Desde entonces, las sociedades se lanzaron a hacer el inventario visual de sus realidades con una fórmula sencilla: todo podía y debía ser mostrado, pero de un modo estratégico. Estas exhibiciones que reemplazaron las ferias pueblerinas de fenómenos, enfrentaron al público con mundos diversos y exóticos, pero convenientemente alejados de la marginalidad que sus propias sociedades producían.
1. Construcciones levantadas en el predio de la Feria. Foto E. Beech.
Hacia 1870, Europa había consolidado los tres ejes que justificaron de la expansión colonial: pueblos en estadios de salvajismo que debían ser dominados, una teoría antropológica basada en la jerarquía de las razas y la proyección de un imperio colonial. La prensa, las publicaciones de divulgación científica tanto como la narrativa de viajes y de exploración geográfica, abundaron en detalles etnográficos que ponían en evidencia la distancia cultural y cimentaron un abierto racismo popular.
 
Ya en 1853, este furor europeo por las exposiciones inspiró a los Estados para hallar una manera eficiente de presentarse al mundo. Para festejar los cien añosdel tratado por el cual los Estados Unidos había comprado a Francia el territorio de Louisiana, se organizó la Louisiana Purchase Exhibition, una gran Feria en Saint Louis ,Missouri. Durante 184 días -desde el 30 de abril al 1 de diciembre de 1904- bajo el símbolo de la Columna del Progreso, se intentó mostrar a una mitad del mundo lo que la otra mitad hacía. En aquel momento la Argentina concurrió con otros cincuenta países expositores y fue muy admirada por su pabellón, el Pink Palace, una pequeña réplica de la Casa Rosada, con espacios de recepción y de exposiciones en su interior y rodeada por un jardín con ejemplares subtropicales.
2. El Pabellón de la República Argentina.
 
Allí, en los edificios levantados como Palacios de las ciencias y las artes para una universidad de masas, se reunieron los objetos anticipatorios de un nuevo uso de la técnica. Los rayos X y los contestadores automáticos, las incubadoras para bebés y los lavaplatos, preludiaban la presencia de otra sociedad, en la que reinarían también las “cornucopias” de la Feria, primer nombre que se le dio a los conos de helado que junto a los hot-dogs, el té helado y las hamburguesas, se presentaron como las novedades alimentarias.
 
En el área de exhibición y estudio del sector de Antropología, fueron instalados en predios escenográficos que denominaron aldeas, sesenta y cinco grupos étnicos, desde filipinos hasta “negritos”.
 
LA DAMA DE LA CÁMARA
Jessie Tarbox Beals llegó a Saint Louis antes de la inauguración para intentar obtener empleo como fotógrafa de algún periódico de la zona, pero no logró ser contratada por ninguno y tampoco pudo convencer a los encargados de prensa para que le dieran una credencial. La trataron como a una buena señora que por hobby tomaba retratos sociales, de mascotas, casas y jardines, un estilo que no encajaba con el material que esta feria produciría. En realidad a Jessie Tarbox nacida en Canadá en 1870, no le faltaban experiencia ni sensibilidad. Se había iniciado en el oficio cuando en 1890 ganó una cámara fotográfica como premio de una revista. Al mismo tiempo que cumplía con su trabajo como maestra en Massachusetts, comenzó a dedicar sus fines de semana para tomar retratos de grupos familiares, de amigos, de graduaciones y de casas . Después de 1897, cuando se casó con el fotógrafo Alfred Tennyson Beals, estuvo segura de poder convertir su hobby en una profesión y abandonó la enseñanza. Durante un año trabajaron juntos como fotógrafos viajeros, ella encargándose de las tomas, mientras él se ocupaba del proceso de revelado. Pero el cambio llegó cuando se instalaron en Buffalo en 1901, justamente cuando se celebraba allí la Pan American Exposition. El diario local, The Buffalo Enquirer and Courier, publicó sus primeras fotografías; entonces Jessie Tarbox Beals se convirtió en la primera mujer empleada por un diario como fotógrafa. Jessie insistió ante la oficina de prensa hasta obtener un pase pre–evento que le permitió ingresar antes de la apertura oficial de la Feria. Con ese pase tomó una serie completa de fotografías desde un globo y cientos de retratos, algunos de ellos de verdadero interés etnográfico para la Argentina.
 
Por casualidad, mientras estaba con su caja negra retratando a los ainus de Japón, gente muy pequeña y frágil, llegó al parque de atracciones el grupo de “gigantes de la Patagonia”, como se insistía en publicitar a los tehuelches. En el instante en que pudo ver el contraste entre estos representantes tan opuestos de la especie, Beals supo que debía capturar esa imagen y sin pensarlo demasiado comenzó a trabajar. Esas fotografías resultaron ser un éxito, no sólo porque llegó primero, sino que porque consiguió sacarlas antes de que un enorme tehuelche diera por finalizada la sesión con expresiva patada a la cámara. Esta reacción que Jessie creyó era un rasgo primitivo, fue claramente una reacción colérica debido a una persecución interminable. Si bien los tehuelches de ese período ya estaban acostumbrados a ser fotografiados, de hecho concurrían por su cuenta a las casas de Río Gallegos y Punta Arenas para tomarse retratos, la tortura de ser expuestos quedó expresada en sus gestos de cansancio porque esos cinco hombres, la mujer, la niña y el perrito habían atravesado 10.000 millas para llegar a Missouri.
 
EL VIAJE DE LOS ELEGIDOS
Según la difusión limitada que se dio en la Argentina a este viaje, el grupo estaba integrado por cuatro jóvenes santacruceños y un matrimonio mayor que nadie identificó. Solamente fue divulgada una fotografía del grupo que publicó el salesiano José María Beauvoir en su Diccionario Selk´nam en 1915, pero sin aclarar las identidades de los protagonistas.
3. El grupo en la Feria: Casimiro, Kolojo, Lorenza y su hija, Awaik, Mulato y Sinchel (de izquierda a derecha)
Algunos datos agregan las memorias de James Radburne o Radboone, conocido como “El Jimmy”, un inglés fugitivo de la justicia chilena que alternaba sus estadías entre un lado y otro de la frontera entre Argentina y Chile; pero que tanto en Santa Cruz como en Magallanes siempre era amparado en los toldos. Tal vez por eso, y por su dominio del inglés sentía que era la persona más indicada para acompañar a los representantes tehuelches a Saint Louis y lo hubiese hecho si su situación con la policía argentina hubiera sido más clara. Con un cierto tono de resentimiento relató que cuando los indios se enteraron que el gobierno argentino deseaba enviar algunos tehuelches de viaje, fueron de inmediato a buscarlo.
Sin embargo se vio frustrado por la intervención de Bayer, el comisario del cerro Palike, en quien las autoridades de Río Gallegos confiaban para hacer la selección:
 
“... pero ni él ni su hijo, que consiguió aquel puesto de hacer de chaperón para la Feria, le caían bien a los indios. El joven Baller no recorrió los toldos para hacer la selección, sino que eligió a seis de los toldos pobres que acampaban cerca de la sierra de Palique. Por supuesto, ellos estaban contentos de ir, pero podían haber sido mejor elegidos.” (Childs, 2000:234)
 
Las fuentes de Saint Louis, sin embargo, ofrecen un panorama diferente. El matrimonio mayor estaba constituido por el cacique José María Mulato, acompañado por su última mujer y su hija. Como cacique general, Mulato había asumido el liderazgo del grupo a la muerte del cacique Papón, quien fuera sucesor de Casimiro.
 
Un buen amigo del cacique, el misionero salesiano Maggiorino Borgattello, aseguró que era el hombre más bueno, más laborioso y más amable de cuantos tehuelches había conocido.
4. Kolojo en sus toldos la Patagonia

Los informes de la Feria establecían vagamente los vínculos que unían al resto del grupo con el cacique indicando la presencia de un yerno, nietos y algunos miembros de familias de la tribu, hecho que no ha podido probarse. En realidad solía haber equívocos cuando los blancos oían a los indios llamarse utilizando lazos familiares para dar muestras de afecto y respeto. Generalmente asumían que se trataba de parentescos reales salvo en situaciones demasiado obvias, como la de aquel tehuelche centenario que insistía en llamar Yanko (Mi padre) a Francisco P. Moreno quien tenía sólo veinticuatro años.

La versión norteamericana adjudica la selección de los viajeros a la cooperación del profesor J. B. Hatcher del Carnegie Museum, quien en su viaje a la Patagonia entre 1896 y 1899 para colectar fósiles , había conocido y fotografiado al cacique Mulato, en coordinación con el Dr. Arturo Fenton médico, pionero de Río Gallegos y compañero privilegiado de conocidos viajeros.

 
La crítica de Radburne se extendió a cada uno de los integrantes del grupo a quienes descalificó con vehemencia: Casimiro no era experto en nada, Kolojo sólo era bueno boleando avestruces y un joven a quien llamaban Loco, refiriéndose a Bonifacio o Aiwak, era buen jinete. También consideró que el indio viejo que fue con su mujer, - a quien no podía considerarse bonita - y su hija, no se destacaba en nada (Childs op.cit:234).
 

En su mayoría los tehuelches conservaban su nombre personal en lengua aónik-aish, generalmente heredado de abuelos o tíos paternos. Casimiro (Gísgo) era nieto del célebre Casimiro Biguá, el peculiar cacique líder de las tribus de la zona meridional de Santa Cruz, compañero y amigo del Capitán Musters en su viaje por la Patagonia.

Äwaik o Bonifacio pertenecía a una familia tehuelche con algunos personajes muy conocidos, en especial su hermana Temam, quien a pesar de haberse casado con el suizo Fernando Mercerat, fue una gran transmisora de la cultura de sus ancestros.

5. Casimiro en Saint Louis.
6. Äwaik posando con un pigmeo.

K´óloj(on) era más conocido como Kolojo y descendía de otro líder respetado, el cacique Papón. Por último, Sinchel pertenecía a un linaje muy renombrado que se enraizaba con los Maciel del período de las reducciones bonaerenses y del período fundacional del fuerte de Carmen de Patagones.

Mulato, cuyo nombre indígena era Chumjal(u)wün, tuvo al menos dos mujeres, a St. Louis concurrió con Lorenza y con una niña. En una vieja postal, firmada por Handler en Punta Arenas, el cacique posó para un retrato de familia con una mujer más robusta llamada Chalagül(e), su sobrina Anita Carminatti y su único hijo vivo K´alukan. (Childs op.cit:234)

 

Resulta extraño que Radburne no asocie al cacique Mulato con el viajero ya que no hay confusión posible viendo las fotografías tomadas por Jessie Tarbox Beals. Es probable que los contactos con la tribu de su “casi suegro” y protector haya sido muy lejano en ese momento2.Se sabe que aquel año fue particularmente duro en la Patagonia, ese largo invierno, frío y con temporales de intensa nevada los dejó sin majadas al punto que debieron comer zorrinos. Jimmy no estuvo en los toldos en el campamento de invierno porque decidió trasladarsea Río Gallegos, ciudad que no conocía y en la que deseaba probar hasta qué punto era buscado.

7. Jefe Mulato (a la derecha) y su familia. Punta Arenas, fines siglo XIX.
 
EL MISTERIO DEL SÉPTIMO HOMBRE
Aunque todas las fotografías parecen coincidir existe una diferencia entre los integrantes en al menos dos de las tomas realizadas al grupo. Se trata de un misterioso séptimo hombre que nunca llegó a Saint Louis.
 
Sin embargo, ese viaje fue muy comentado en la Patagonia porque los informantes posteriores dieron variadísimos nombres de los posibles viajeros: Kuchakül (Correntino Gomez), Kosiuko y Yimoki (Casamiquela et al. Op.cit:256).
 
8. El cacique Mulato con sombrero a la derecha. Foto del grupo divulgada por J. M. Beauvoir. Autor desconocido.
 
LA REPRESENTACIÓN DEL MUNDO IMAGINADO

Mientras tanto, los tehuelches en Saint Louis podían presenciar dramatizaciones históricas donde Pocahontas rogaba por la vida de John Smith, escuchar canciones tirolesas, observar pumas comiendo búfalos, fotografiarse con pigmeo sonrientes, pasearse por frágiles aldeas japonesas, navegar en góndolas, conocer al presidente Roosevelt y a un jefe moki de 128 años. El Animal Show de Hagenbeck, les habrá recordado el destino de algunos de sus paisanos que fueron cazados por los empleados del hamburgués Carl Hagenbeck, quien había revolucionado Europa desde 1870 con exhibiciones de fueguinos, lapones y hotentotes en lo que se llamó los “zoos humanos” (Sosa 2001:238).

9. Fotografía de Awaik y Kolojo incluidas en un Tratado de Oftalmología.
 
Ante las multitudes Helen Keller, Marconi y Edison, estuvieron en una Exposición que fue la coronación de los taxidermistas y de los especialistas en hidráulica, pero donde se notó la ausencia de Mark Twain, que acababa de morir en Italia.
 

Próximo a los tehuelches, Gerónimo vivió en la aldea Apache por varios meses después de negarse a los reiterados pedidos para que aceptara exhibirse. Finalmente, antes de la apertura, el viejo jefe de 71 años hizo llegar un mensaje en el que decía que sólo iría si había “plata grande”. Una vez instalado, sistematizó su propio show: hizo arcos y flechas para vender, cantó, bailó danzas guerreras, firmó autógrafos por diez centavos y permitió que se lo fotografiara por dos dólares: el Diablo Colorado, como lo llamaron los blancos, había dado, finalmente, una muestra cabal de sobreadaptación.

10. Gerónimo en la Feria promocionando un Ford.
 
EL ESCENARIO TEHUELCHE
Quienes los observaron en Saint Louis, se impresionaron por la capacidad de los tehuelches para mantenerse en reposo durante largas horas, fumando sus pipas sin cruzar demasiadas palabras entre ellos. Ocasionalmente alguno de ellos sonreía sin variar demasiado por esto la actitud solemne de los otros. Las mezclas que utilizaban para fumar, tabaco con aserrín de incienso o calafate, les producían un breve pero intenso estado de ensoñación. La mujer del cacique pasó por un caso digno de estudio. En realidad como toda matrona tehuelche no se negaba el placer de pasar el tiempo jugando a las cartas, fumando y bebiendo de una botella de bourbon de Kentucky. Quienes la conocieron en sus toldos, la vieron deleitarse con vermouth, anís y caña dulce pero era Mulato, con su fama de abstemio, quien debía controlar que no se pusiese cargosa con los visitante (Childs op. cit.: 190).
 
11. Gerónimo con sus arcos.

El prolongado y frecuente contacto de los tehuelches con viajeros ingleses y americanos les había permitido adquirir ciertos bienes culturales, como el whisky barato que disfrutaban tanto como cualquier norteamericano y con los mismos efectos. También algunos de ellos hablaban algo de inglés, una colorida jerga que debía menos a los esfuerzos misionales que a las amistades con marineros, loberos y buscadores de oro. De ellos aprendieron a matizar el aguardiente con el ron patagónico, conocido como “leche de tigre” porque unas gotas bastaban para transformar al bebedor más manso en un salvaje, y que era considerado peor aún que los rascatripas (rot-gut) de Alaska en tiempos de la fiebre del oro.

 
Las fotografías siempre muestran a Lorenza abrazada a su perrito. Aunque los tehuelches solían tener buenos galgos cazadores, sufridos, fieles y guardianes, los perritos falderos, a quienes llamaban “pelados”, constituían un auténtico objeto de amor compartido por chinas y hombres. Solían hacer a caballo las travesías de las familias desde Punta Arenas a Carmen de Patagones abrigados en suaves pieles de guanaco. Las mujeres de la tribu del noble cacique Orkeke, no los abandonaron ni aún cuando los llevaron prisioneros en barco a Buenos Aires. Una vez en la ciudad, cuando se intentó reparar la atrocidad militar de haber capturado a la gente más mansa del mundo, las chinas los pasearon en trainway, los llevaron al teatro, al circo y al arzobispado; siempre mimados, al punto de reemplazar hijos y ser designados herederos. Muchos de ellos las acompañaron a la tumba.
 
LA ANTROPOLOGÍA ENTRE TORNEOS Y COMPETENCIAS
Para que los tehuelches participaran de la muestra les habían prometido que tendrían caballos, caballos blancos. Para eso llevaron sus botas de potro, boleadoras y lazos.
12. Lorenza con su perro.

En las fotografías aparecen vestidos con camisas sencillas chiripá y alpargatas. Era evidente que la temperatura no les permitió lucir con comodidad sus imponentes capas de pieles de zorro, gato montés o guanaco, suaves y cálidas como un guante y ornamentadas por fuera con finas grecas, puntos y líneas pintadas de negro, rojo y ocre. Esta obra femenina que escondía un intrincado sentido mágico, resultó de gran interés para el Profesor W. J. McGee a cargo del Departamento de Antropología de la feria. Su análisis etnológico sin embargo, mantuvo los equívocos tradicionales, como la de un pasado con sacrificios humanos, baja tasa de natalidad por desamor y enfermedades (Everett. M. 1904: caps. 6 y 7). La crítica más corriente entre aquellos que convivieron en los toldos tehuelches, era el desmedido amor por sus hijos.

Esos niños llamaban la atención porque no se los oía llorar, probablemente porque nunca se los contrariaba, nadie les negaba nada ni se los dejaba solos, pero que un extraño intentara poner orden en sus excesos, caprichos y travesuras podía significar la pérdida de amistades y hasta divorcios.
 
Las fotografías tomadas permitieron a Jessie pasar a la categoría de fotógrafa de prensa reconocida, al punto que durante el año siguiente cubrió una de las presentaciones de Roosevelt en Texas.
 
En el estadio, junto a los esquimales, filipinos, sioux, japoneses, africanos los tehuelches estuvieron dispuestos a participar en alguna de las numerosas competiciones en 807 categorías con jurados internacionales.
 

Mientras los blancos fueron parte de los Terceros Juegos Olímpicos, los primeros que se realizaron en suelo americano, los “nativos” compitieron en salto, arco, lanza y carreras. Frente a los visitantes, se habrá oído repetir a Mulato su frase preferida, la que hacía avergonzar a Radburne de ser cristiano: “¿Creen que somos como los guanacos con los que divertirse? (Childs, 200:153)

Después de participar de un torneo de destreza ecuestre y de obtener algunos premios los tehuelches regresaron al país. Mulato, con su mujer y la niña se dirigió a Santiago para solicitar al el presidente de Chile Federico Errázuriz Echaurren la propiedad de las tierras del valle del río Zurdo, donde lo iban cercando los ganaderos magallánicos. El cacique ya había anticipado el final. “El Jimmy”, entregado a los tehuelches con el corazón, describió los últimos años del cacique:

13. Retrato del caciqueMulato tomado por JTB
 
“Uno se enfermaba cuando entraba a la casa del cacique y veía al viejo. No hacía otra cosa que estar sentado allí envuelto en su capa mirando por la ventana. Me di cuenta de que veía el final de su pueblo a causa de todos los líos que provocaban los cristianos. No se quejaba de nada; sólo hablaba y se sentaba tranquilamente, pero sabía que no había nada que hacer.” (Childs, op.cit.:153)
 
Durante el viaje de regreso, en Punta Arenas la viruela se llevó la vida de su sobrina. El viejo cacique que había enterrado a todos sus hijos salvo a K’alukan, no pudo soportarlo. A los pocos días murió su mujer, y en 1907 sucumbió Mulato. Sus últimas palabras no fueron un discurso de despedida, ni el mensaje de un líder ante el fin de su raza, sólo fue la advertencia de un pionero a su hijo: “Dos de nuestros novillos están en lo de Scott”.
 
La viruela y el avance de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego hicieron desaparecer a los pocos sobrevivientes de la tribu que no alcanzaron a asentarse en la Argentina.
 
EL REGRESO
En febrero de 1905, cuando el país deambulaba entre el Carnaval y la revolución, vestidos a la europea y con cuidados bigotes recortados, fueron fotografiados en el Museo de La Plata los más jóvenes del grupo.
 

Durante quince días Casimiro trabajó con el investigador alemán Roberto Lehmann Nitsche cuando éste preparaba su obra sobre lingüística tehuelche. Le dictó un diccionario, grabó algunos textos y sus antiguos cantos en el fonógrafo, confundido tal vez con el ragtime que el conocido pianista negro Tom Turpin había compuesto para la Feria, aquel Saint Louis Rag que probablemente aún resonaba en sus oídos.

14. Awaik (Bonifacio) en La Plata.
 
Sus compañeros soportaron pacientemente que les tomaran catorce medidas corporales y diecisiete cefálicas. Casimiro, a quien Lehmann Nitsche consideraba un ejemplar hermoso de su raza, rechazó lo que creyó un abuso:
 
“El bueno de Casimiro (...) casi se abalanzó hacia mí como toro apenas había determinado la altura total, la altura del borde superior del esternón y la del ombligo, medida que me parecía de importancia; Bonifacio y Colojo, a duras penas pudieron calmarlo.” (Lehmman Nitsche, 1916:195)
 
15. Lorenza y la mujer ainus. Fotografía de JTB.

Aunque el Gran Prize de fotografía que quedó en manos de Sir Benjamin Stone, finalizada la Feria, Jessie y su marido se instalaron en New York y abrieron un estudio en West 57th Street. Al poco tiempo, aunque se convirtió en la fotógrafa de artistas y escritores del Greenwich Village, continuó documentando la vida en las zonas marginales de New York. Si bien sus fotografías se publicaban en revistas como Harper's Bazaar, Vogue, Town and Country, and the Ladies' Home Journal, no pudo superar los vaivenes económicos de la crisis del ‘30. En 1942 la muerte la encontró en la pobreza fotografiando 115 jardines. Sin embargo, sólo ella fue capaz de transmitir la intimidad misteriosa y sutil en el encuentro de aquellas dos mujeres tan lejanas en el tiempo y en el espacio, como Lorenza la tehuelche y la pequeña vieja ainus.

 
Todos deberían de haber vuelto a la Patagonia en 1905, en el momento en que algunos supusieron que Butch Cassidy y Sundance Kid se habían alzado con 7000$ del Banco de Londres en Río Gallegos. En ese mismo año en que Ceferino Namuncurá moría en Italia, en los toldos de Santa Cruz se habrán preguntado por la maldición de un viaje que no trajo de regreso a los más queridos. Muchos años después, con motivo de entrevistas etnográficas, sus parientes reconocieron en una fotografía a Casimiro quien, según aseguraron, había muerto ahogado. Nadie pudo precisar dónde y cuándo, pero la noticia de uno de ellos muerto en el mar recorrió la memoria tehuelche sin demasiadas precisiones. Bonifacio/Awaik , llamado Loco por “el Jimmy”, se quedó en Buenos Aires y nunca más volvió. Cincuenta años más tarde, cuando le mostraron su fotografía a Temam, su hermana muy vieja, con una angustia que los años no habían mitigado, respondió a las preguntas de Rodolfo Casamiquela: “¿Cómo no lo voy a conocer, si es mi hermano?... ¿Dónde está?” (Casamiquela et al, op. cit.: 256)
 

Nunca fueron felices esos traslados de indios, aunque hayan nacido de buenas intenciones siempre dejaron alguna huella de dolor. Nadie puede saber qué significó ese viaje para los protagonistas; según “El Jimmy”, la china vieja no hacía caso de las bromas de quienes decían que habían ido los más feos. Ella aseguraba que su hija, de sólo doce años, había gustado mucho y que varios estadounidenses ricos se habían querido casar con ella (Childs. op. cit.: 234).

16. Casimiro en La Plata.
Para el resto del mundo fue la última visión de un pueblo mítico admirable por “su alta belleza masculina, que encanta e inspira respeto...” en las palabras del conde Henri de la Vaulx, viajero patagónico y aventurero de máquinas voladoras.
 
NOTAS
1. Los resultados se conocieron como Reports of the Princeton University Expedition to Patagonia.
2. Redbune se casó con Juana Carminatti, sobrina adoptiva de Mulato e hija de una tehuelche con el italiano Miguel Carminatti, cazador de plumas que los abandonó cuando hizo una fortuna vendiendo a buen precio lo que compraba a los indios: pieles y plumas de avestruz.
3. A los pocos días murió también su hijo. (Childs. Op.cit.:243).
 
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